Emprender o no emprender, he ahí la cuestión

Emprender, emprendedores, emprendimiento, intraemprendedores…¿cuántas veces has leído/escuchado estas palabras en el último mes?

El emprendimiento, algo prácticamente “desconocido” para muchos de nosotros hasta hace relativamente poco, ha entrado por la puerta grande en España…¿para quedarse?

En el último año, hasta el Gobierno ha impulsado la cultura emprendedora encumbrándola como una de las herramientas clave para acabar con la alta tasa de desempleo juvenil. Impulso materializado en la nueva Ley de Emprendedores aprobada el pasado septiembre. Pero no se trata sólo de una acción gubernamental. En los periódicos “se emprende”, en la televisión “se emprende” e Internet está plagado de cursos, libros y gurús para emprendedores. Profundizando un poco más, parémonos a pensar. ¿Cuántas historias de emprendedores que triunfan con su aplicación Android o con su web de comercio electrónico habéis leído en las principales cabeceras de la prensa de este país en los últimos meses? ¿Cuántos programas de emprendedores que ponen a prueba sus modelos de negocio para conseguir financiación habéis visto en prime time? ¿Cuántos blogs dedicados a emprendedores hay?  Lanzaderas, incubadoras, business angels, venture capital, startups… Emprendimiento, en resumen, por doquier.

En medio de este panorama, son muchas las voces que comienzan a hablar del “emprendimiento como moda”, de la “ola emprendedora” y hasta de “la burbuja del emprendimiento”. Esas voces se preguntan si la peluquera, el dueño del bar o el kioskero de toda la vida no han sido, entonces, emprendedores…o si sólo lo son los que surjan de “la era del emprendimiento” en adelante.

Primero, vayamos a lo empírico y dejemos hablar a los números. El último Global Entrepreneurship Monitor (GEM), principal  indicador a nivel mundial sobre emprendimiento, expone que la tasa emprendedora no sólo no ha aumentado en nuestro país, sino que ha experimentado un ligero descenso (del 5,8% al 5,7% de la población adulta). Lo que sí ha aumentado es la “intención emprendedora”, situándose en el 12,05%. El INE apoya estas cifras añadiendo que la creación de empresas ha experimentado una bajada continua desde el estallido de la crisis en 2008, con la sola excepción de 2011.

Entonces…hablamos de emprender, escribimos sobre emprender, legislamos por y para emprender…pero, ¿no emprendemos?

El tema es complicado y parte de la concepción que cada cual tenga del término emprendedor, que algunos entienden según la clásica concepción de Richard Cantillon (el economista francés que acuñó el término), como aquel que se aventura en materia de comercio/empresa, y otros desde un prisma más moderno, como el que impuso  Peter Drucker en 1964:

Un entrepreneur busca el cambio, responde a él y explota sus oportunidades. La innovación es una herramienta específica de un emprendedor, por ende un emprendedor efectivo convierte una fuente en un recurso.

En la concepción moderna es la innovación y los riesgos (sobre todo económicos) que conlleva, la que marca la diferencia entre el emprendedor y el autónomo, el emprendedor y el trabajador. De ahí que asociemos al término “emprendedor” las historias sobre genios que levantaron imperios trabajando día tras día en el garaje de una pequeña casa. Genios que crearon algo que “rompió los moldes”. Genios que innovaron.

La cultura emprendedora en España

España carece de una cultura emprendedora arraigada como pueden tener otros países como EEUU. No hay que ir muy lejos, todos hemos visto en las películas americanas al niño que vende periódicos, a la del puesto de limonada, los empleos que se compaginan con el instituto… Todo impensable en España. Por otro lado, está la cultura del fracaso. En nuestro país, un fracaso laboral, te saca del partido. ¿La pifiaste una vez? Listo, no sirves. “Choca” pensar que en muchas otras partes del mundo, a cada fracaso se le llama experiencia. Henry Ford decía: “el fracaso es sólo la oportunidad de comenzar de nuevo de forma más inteligente”. El mismísimo Winston Churchill acuñaba:

El éxito es la capacidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo.

Es fácil, por tanto, que la línea que separa una auténtica cultura emprendedora de un “boom emprendedor” se vuelva borrosa si sólo proporcionamos una nueva ley y un afán desmedido por emprender sin poseer,  todavía,  la base de lo que ello implica o mecanismos de financiación eficaces que, en muchos casos y tal y como se está viendo en países como EEUU e Israel, no se trata de los tradicionales.

Además, no olvidemos que las ya manidas frases “ser emprendedor no es fácil”, “los emprendedores son de otra pasta” o “emprende con cabeza” (entre otras), son reales.

Llegados a este punto,  haré como Poncio Pilato y me lavaré las manos. La mejor respuesta a estas cuestiones la tiene el tiempo. Así que….CONTINUARÁ.

 

Míriam Rey

Press Assistant

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